Esta historia tiene cada vez más adeptos y me siento orgulloso y sorprendido porque contar una novela por fragmentos y tener seguidores hasta el final era algo para mí impensable. De todo corazón quiero daros las gracias por estar ahí y opinar o solo leer. Esta historia viene de aquí aunque empezó acá.
(Pintura de Willi Kissmer)
(Música de Jaime Barkin)
Como no era
de extrañar la noticia de la alimentación universal y del vestido infinito
llegó a todos los hogares del mundo en el tiempo de abrir los ojos. Cada uno
hizo de sus sueños una realidad y se vio vestida o alimentado con aquello que
tanto deseaban. Los gordos se vieron flacos y viceversa, los pobres imaginaron
llevar ropas de reyes y las adolescentes se ocupaban diseñando lo que serían
sus abarrotados armarios futuros.
Victoria
Didier desechó definitivamente la idea del Maligno, del Averno y las criaturas
Satánicas y abrazó con ilusión las esperanzas de que aquellas máquinas
existiesen en un futuro muy cercano para hacer de ella la que siempre quiso
ser.
─Seguro que tendrán una máquina para cambiar de aspecto y transformarte la
cara o el pelo si lo deseas. Ya aparecerá, verás─ le decía a Margot y a los dos
hombres de su familia, los cuatro pegados a las noticias.
El tema de
conversación se hizo monotemático: ¡alimentos y ropa no ensuciable! Las alarmas
no se hicieron esperar. Tampoco esto representaba un buen augurio para las
fábricas textiles, fuera cual fuese su lugar en la cadena de producción. Si las
personas no tenían que pagar nada para tener todas telas que deseasen y con los
colores que quisiesen y éstas jamás se ensuciasen, ni deteriorasen, siendo además
adaptables y transformables… ¿Qué futuro les esperaba a las fábricas de telas,
tintados, costura y venta de vestidos y trajes? Sin olvidar, que las fábricas
químicas y las textiles eran en gran medida suministradas por los componentes
del petróleo.
Suponía un gran adelanto para la Humanidad pero los ricos dejarían de ser
ricos y los pobres también. Eso no les gustaba a algunos que lo tenían todo
controlado en sus manos. El dinero y el poder. Suponía un peligro y con cada
nuevo descubrimiento más sectores económicos se veían amenazados.
Quizás el tema dosificado en cuanto a la información transmitida produjera
menos ímpetu en aquellos a los que perjudicaba pero eran muchos más aquellos a
los que beneficiaba y, fundamentalmente a la madre Tierra.
Era demasiados conocimientos para absorber de golpe. ¿Las tierras no
tendrían que ser holladas para producir comida? ¿No se sacrificarían más
animales para alimentarnos? ¿Cómo solucionaban nuestros primeros moradores el
problema del exceso de animales domésticos o para comer o en el mar?
Infinidad de preguntas se planteaban nuestros sabios y científicos y los
estadistas e investigadores en cada país y en cada sector político,
gubernamental y económico se debatía, aunque todavía nada de esto era posible,
pues sólo existía una máquina de tela y otra de comida, pero era muy posible
que mediante los conocimientos que faltaban, cada persona pudiese tener una a
su alcance.
La sala de
enfermería-quirófano de Ibiza Dos había sido ocupada por los científicos que
intentaban saber y averiguar para qué servían los objetos extraños que habían
encontrado en las estanterías dentro del globo, que se habían abierto
automáticamente, una vez desprendido el cuerpo de su sitio. En la misma camilla
que la reanimaron estaba extendido el equipaje de la mujer, con lo que había
viajado.
De este modo le pudieron proporcionar a Kristian lo que consideraron que
podía ayudarle en el conocimiento del idioma pero seguían investigando el
resto.
El resto de los objetos encontrados hacían las delicias de los
investigadores. Se encontraban aún encima de la camilla aquéllos que no habían
podido examinarse aún. No sabían por cuál seguir. Todos eran interesantes.
Richard cogió uno constituido por dos círculos de muy distintos tamaños de oro
puro unidos por un brazo fino, no muy grande. Más o menos del ancho de su
muñeca y al ir a comprobarlo, notó un click y el círculo más grande se abrió,
introduciéndolo en su muñeca a la que se adaptó como un guante. Por el otro aro
introdujo su dedo anular, en la mano derecha y se rió alzando la mano y
enseñándoselo al resto de científicos. Había encontrado una joya. Todos batían
palmas. Bajó la mano para quitarse esa especie de guantelete y cuando flexionó
los dedos salió del extremo del anillo un haz de luz rojo intenso y la cabeza
de Fiodor Vlaskov voló por los aires estrellándose contra el techo y rebotando
contra la pared de enfrente, mientras que el cuerpo de éste se deslizaba
empujado por una fuerza inmensa hasta impactar en la pared y caer al suelo.
Las paredes y el techo blancos se tiñeron de rojo. Todos estaban salpicados
y llenos de sangre y trozos de seso y de la cabeza de Fiodor. Aterrorizados no
podían reaccionar. Estaban petrificados con los ojos fijos en el arma que
llevaba Richard en su mano todavía. El silencio se hizo palpable. Richard no se
atrevía a moverse. Bajó su mano derecha y la puso pegada a su pierna. Estaba
terriblemente impresionado y temblaba tanto que no podía siquiera intentar
despojarse de esa bomba que llevaba en su mano. Era un shock, un terrible
impacto que borró la sonrisa de todos y los congeló en un truculento rictus.
Magnus dio la orden de salir mientras que Robert y Edwina ayudaron a Richard a
quitarse la fatídica arma de su mano sin que se produjera ningún otro accidente
y todos salieron de aquella siniestra sala.
Solo se quedaron Magnus, Geraldine y Robert recogiendo los instrumentos que
ya estaban inventariados y guardándolos bajo doble llave, todos en silencio,
sin nada que decir, mudos de la sorpresa. Abandonamos la sala para que
procedieran a recoger los restos del que fue Fiodor Vlaskov, ingeniero jefe de
Cristalografía y Mineralogía y que, por suerte, era soltero y no tenía hijos.
Sus padres también habían muerto, así que sólo nosotros, sus amigos y
compañeros, éramos su familia. Fue muy triste perder a un compañero. Ya era el
segundo y nos sentíamos solos. Perder en cuestión de segundos a personas tan
próximas nos hacía unirnos más, pero se acentuaba la sensación de
vulnerabilidad y de soledad.
Los encargados de sus restos dijeron que sus huesos estaban pulverizados,
se habían hecho polvo, como si sólo los contuviese el envoltorio de la piel
para que no se desparramaran.
Los funerales privados y sin publicidad se prepararon para el día siguiente
y se guardó un día de luto por su muerte. Su cuerpo fue repatriado a
Johanesburgo (Sudáfrica), de donde era y vivía.
Todos estábamos muy impresionados y decidimos no comunicar nada a la prensa
de este accidente y dejar por un tiempo de investigar esos objetos hasta saber
algo más de ellos. Richard se sentía muy mal, en dos semanas por su culpa
habían muerto dos personas, se consideraba un asesino, él que no había cazado
ni pescado, ni siquiera pisado una cucaracha o matado una mosca. Su humor ya no
se sostenía y necesitó totalmente de su dosis de optimismo para intentar
levantar el ánimo. Yo debí atenderle pero estaba completamente dedicado a Joyce
por lo que lo dejé en manos de Rocco, el robot-psicólogo que además tenía la
capacidad de leer las mentes.
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