Translate

lunes, 18 de agosto de 2014

ENTENDIMIENTO, de Ricardo Corazón de León

Por si aún no os habéis enterado estamos haciendo un juego de blogs llamado "Te robo una frase" en el que cada mes se propone una misma frase para todos y el tercer lunes de cada mes se sube el relato que cada cual haya querido hacer o micro, ensayo, megamicro, frase o historia. Este es el mío con la frase: Rodeó la esquina de la mesa y se plantó ante mí. Extendió la mano izquierda y me levantó la barbilla.








                             E N T E N D I M I E N T O


Rodeó la esquina de la mesa y se plantó ante mí. Extendió la mano izquierda y me levantó la barbilla, dándome un beso, bueno, en realidad muchos besos en la frente. Siempre me dan muchos mimos; sé que me quieren mucho y yo también pero algunas veces, como ahora, Víctor se vuelve tonto. ¿Cómo si soy un perro voy a conocer estas palabras? A mí me da igual cómo se digan las cosas, aunque soy capaz de memorizar hasta trescientas palabras, todo un récord que me alza con el título de raza más inteligente.


¿Creéis que a mí me importa? No, ni entiendo cuando me hablan ni sé lo que me dicen. Como, duermo, doy cariño y me cubren de sobra mis necesidades. Pero mi pensamiento más profundo estriba en que la pelota la puedo aguantar sin llevársela a mi amo hasta que coge la correa para irnos a casa. Entonces sé que tengo que llevarle la pelota a todo correr, para seguir jugando. Y ahora pretende que yo pienso y que soy capaz de decir con palabras lo que pienso. ¡Lo que hay que ver! A veces, creo que de inteligentes tienen bien poco los humanos. 


Mis preguntas son simples, ¿por qué tengo que lamer para decir que quiero a alguien cuando lo que hago es morder? Pues nada, hasta que no lamí no me dejaron en paz, con lo que yo les quería mordiendo. Mis hermanos y yo cuando jugamos y nos queremos nos mordemos, no fuerte, pero sí morder. A mis hermanos les doy lametazos y me crujen a mordiscos.


Una vez no resuelta esta cuestión ¿por qué he de besar ahora sí y después de salir de la ducha con toda la crema dada no? ¿Pero en qué quedamos? ¿Quieren que les lama o no? Creo que este tema no lo voy a tener claro nunca. Solo sé que a veces sí y otras no. Otra cosa que me sorprende es la forma de dirigirse a mí. Me hablan como si entendiese y a la hora de comer o de cenar, Víctor me pregunta ¿Quién quiere comer? Y lo repite por si no lo oí bien. Claro, yo respondo porque quiero comer, pero ¿es tonto? Yo quiero comer siempre y, además, ¿a quién más le pregunta? Ni que fuéramos 12 perros aquí. Y por más que miro no estoy más que yo solo. 


Otra pregunta que me hago aunque creo que nunca lo tendré claro es por qué celebran que haga pis y caca y me dan chuches. Yo por mí perfecto. Cuanto más meo y cago, más chuches. Esto no es normal. ¿Comerán ellos un bocadillo después de cada evacuación? 


En cuanto a la comida que me encuentro por la calle ¿por qué no la puedo comer? Esto es de verdad incompresible para mí. Y cuanto más me gusta, como los huesos, Víctor se lanza a abrirme la boca y me lo quita. Siempre me quita los huesos, siempre. Le mordería cuando mete su mano en mi boca y los saca. 


Última cuestión, de verdad, cuando bajamos y los niños se acercan a mí por docenas y me acarician por qué se irritará tanto si me lo están haciendo a mí. ¡Perro! Es verdad que cuando son muchos y me tiran de la cola se vuelven un poco pesados pero son tan tiernos… 




Y mientras los humanos piensen que los perros somos tontos y que no les entendemos mejor para nosotros. Ni siquiera saben que nos comunicamos telepáticamente. De este modo, la invasión está ya asegurada. Solo en EEUU nacemos siete canes por cada persona ¡¡¡Somos tantos… !!!



viernes, 15 de agosto de 2014

EL SECRETO DEL HUEVO DE ORO XX, de Ricardo Corazón de León


Unas veces por poco y otras por mucho hoy subo el siguiente fragmento de esta aventura de ciencia-ficción que nos habla de un mundo anterior al nuestro cuya civilización es tan avanzada que nos resulta increíble y de un amor más grande que todo el tiempo y el espacio. Acción, traición, suspense, thriller e intriga. De todo un poco, pero sobre todo de ciencia-ficción.

El fragmento anterior está aquí y el principio del todo se encuentra en este enlace. 

 (Pintura de Jane Small)





Debido a la imposibilidad de describir su mundo a los científicos, sus formas, colores, aspectos, estructura, contenido y funcionamiento, Joyce decidió mostrarles las propiedades de sus brazaletes. Una vez que yo me lo puse y describí lo mejor que pude lo que veía, Frank Spoiler pidió permiso a Joyce para intentar fabricar un receptor-transmisor que ampliara y reprodujera las corrientes de comunicación para que todos pudieran verlo y, de ese modo, estar todos enterados sin tener que preguntar una y otra vez distrayendo al receptor, Magnus, y al emisor, Joyce.


            De la noche a la mañana y sin dormir, Frank trasladó al despacho donde se celebraban las conversaciones con Joyce, un aro metálico con multitud de filamentos verticales que conectó al emisor y que enlazaba con la pantalla tridimensional que se había instalado y… ¡funcionaba!


            Todos felicitaron a Frank por su técnica y pericia. Desde ese momento, las sesiones se hicieron mucho más explícitas, concretas y plácidas y cada vez Joyce controlaba mejor sus sentimientos, evitando esas oleadas de rojo intenso provocadas por fuertes emociones. Esas me las reservaba a mí en nuestra habitación.


            De todas formas, había muchas escenas que no se pudieron emitir en la televisión directamente, puesto que para ella era de lo más natural mostrar su amor tanto espiritual como carnal y mostraba sin ningún pudor ─¿Por qué habría de tenerlo, si todo era natural?─, todos y cada uno de los detalles íntimos de sus acoplamientos.


            Les mostró cómo era el sistema en el que vivía. Cada ciudadano tenía su propio trabajo aunque no lo necesitara para vivir, porque el ordenador central les suministraba en todo caso lo suficiente para poder vivir. Pero si querían tener más saldo para comprar caprichos o vivir más cómodamente solo tenían que trabajar más. Allí trabajaban dos horas o tres en semana. Era más nominativo que otra cosa y esa labor la podían repartir cómo quisieran. También había gente que quería trabajar más horas, bien por gusto o para obtener más retribuciones. Esas personas eran remuneradas con generosas cantidades. Pero, para evitar la acumulación exorbitante de cifras en las cuentas, cada final de año, lo que no se había gastado era eliminado por el ordenador central.


            Todos cobraban similarmente, pero había personas que recibían más porque sus responsabilidades o necesidades eran mucho mayores. Esas dos personas eran el Jefe del Estado de Silver, Er, y el Catedrático y Director de la Universidad pública del país, Plinio, científico, investigador y descubridor de la “Energía Universal”, que por más que le preguntaban a ella no podía explicar en qué consistía. Solo lo sabía él, su compañero de viaje.


            Para todo, lo que habían visto y lo que seguirían viendo, se utilizaba la llave-anillo que cada uno llevaba desde los siete años y que crecía con ellos y cambiaba a medida que ellos lo hacían. Pero los anillos también servían para una razón primordial: concebir un hijo. Para ellos, la concepción de un niño debía ser un acto voluntario, pensado, meditado y querido por ambos. Tenían que quitarse los anillos y eso era mucho más que estar desnudos, era hacer el amor en carne viva. Se sentían tímidos, desnudos y desprotegidos. Por ello, se amaban aún más que antes y de este modo, la criatura que nacería sería deseada siempre y querida. Si uno de los dos no se quitaba el anillo, no había embarazo.

               (Pintura de Fabián Pérez)


         Vieron las carreteras o caminos, completamente desconocidos en sus formas o fantasías, los vehículos, los parques de juegos y les enseñó también los Jardines de la Luna y Las manadas de los montañeros de Júpiter. ¡Habían viajado por el espacio! Los científicos no podían ocultar su gozo y nada menos que a Júpiter, a Saturno, Marte, Venus y Neptuno. Los astrónomos se frotaban las manos con impaciencia.


            Ella había estado en La Luna en su luna de miel y les enseñó el aeronave que los llevó, como un cohete transparente y tan veloz que era invisible durante su trayecto. Cuando se abrían las puertas los turistas salían a la baja gravedad lunática, entusiasmados y reían al comprobar que podían saltar a una montaña con un simple empuje o cruzar un riachuelo de la misma forma. Los jardines eran lo mejor de La Luna llenos de plantas aromáticas, flores de colores y árboles estilizados y altísimos. El pasatiempo preferido de la pareja era subirse de un salto a las corolas de las flores y jugar a tirarse bolas de polen que nunca alcanzaban el destino señalado, pero sí eran importantes para la reproducción de las mismas flores. 


            Aunque todas estas actividades no duraban mucho, puesto que debido al aire enrarecido de La Luna, se cansaban pronto. Entonces se tumbaban en las praderas donde no había gente y comenzaban nuevamente sus juegos amorosos.


            Una mirada de él o de ella les bastaba para entenderse silenciosamente y siempre en el mismo momento y lugar a los dos les apetecía lo mismo. En aquella ocasión, Egon dormía plácidamente sobre sus brazos doblados detrás de la cabeza y Joyce le desnudaba en silencio y sin ser percibida. Una vez desnudo, acarició y besó todo su cuerpo, tan suavemente que ni las mariposas se habrían ahuyentado. Se dirigió finalmente a su pene que para entonces estaba preparado y temblando. Lo besó. Egon se despertó pero se dejó hacer. Ella prolongó las caricias y los besos, lo introdujo en su boca experta hasta conducirle a un orgasmo. Pero él siempre obtenía más recompensas de ella por su parte, pues era minucioso y detallista y cada vez aprendía nuevas formas de causarle placer y su placer era el suyo. Nuestro placer. Solo un ente, una entidad, unidos en sus bocas, en sus pechos, en sus manos, en sus sexos perfectamente encajados. Durante esos momentos que eran muchos ella le proporcionaba los mayores placeres a él, teniendo orgasmos, uno tras otro, mientras él resistía y esperaba que ella estuviese dispuesta para el último de ese acoplamiento perfecto. 


          A veces me daba la impresión de que a Joyce no le importaba enseñarnos su mundo, sino que se deleitaba de la única forma que podía, con los recuerdos, rememorando todos y cada uno de los momentos que vivió con Egon.
(Pintura de Alessandro Andreuccetti)
                                                         ********* 


De los viajes a otros planetas no podía enseñárnoslos pero sí podía mostrarnos cómo eran sus pobladores pues también venían a la Tierra. Los nacidos en Júpiter eran negros y se encargaban de cuidar rebaños y grandes manadas principalmente, pues allí los pastos eran abundantes. Se consideraban nómadas y tan solo formaban grupos pequeños en los casos de atender una familia, pero eso no ocurría con mucha frecuencia. Eran tímidos y hoscos, además de grandes, musculosos y dotados de extraordinaria fortaleza.


            Los nacidos en Venus eran de piel amarilla y con los ojos oblicuos. Vivían muy apretadamente y no por falta de espacio, sino porque consideraban que su pertenencia al grupo les daba mucha más importancia y calidad que como venusinos solitarios e independientes. Procreaban incesantemente esperando llegar a conquistar el enorme planeta que habitaban, pero tardarían muchos miles de años para conseguirlo. De ahí se obtenía mano de obra barata, aunque a los habitantes de Silver no les hacía falta. Sin embargo, eran contratados por entidades terrestres menores que vivían fuera de Silver y de Under-Bov, que no tenían tantos privilegios ni riqueza como Silver o que se habían alejado de Under-Bov por no estar de acuerdo con su cultura y sus creencias.


            Los de Marte eran rojos, con narices prominentes y cráneos achatados y eran expertos metalúrgicos y proveedores de todo el mineral que necesitasen. A estos no les gustaba que los extraterrestres pisasen su planeta. Por eso, las naves se desplazaban hasta su atmósfera y los martinos les servían sus pedidos en grandes navíos y buques totalmente forjados de metal. Joyce enseñó una ilustración de un libro sobre los martinos y pudieron ver que los buques y navíos utilizados eran pequeñas reproducciones exactas de los grandes galeones españoles con sus arbotantes, su velamen, sus cuerdas y sus aparejos y los navíos se asemejaban a los buques antiguos comerciales de nuestra historia. Era una coincidencia extraordinaria. Como si en la memoria genética, en algún cromosoma pudiéramos recordar algo de nuestro pasado o estuviera ahí implantado. Soberbio, pensaron los investigadores.


            Los Neptunianos tenían también la piel oscura pero no negra y sus facciones no se parecían a los de Júpiter. Eran de rasgos grandes y perfilados, angulosos, de ojos negros y cabellos negros y muy delgados, con largos brazos y piernas. Se especializaban en el comercio de cualquier persona, animal o cosa que se pudiera vender y comprar. Solo les interesaba el lucro. De vez en cuando los terrestres hacían transacciones con los neptunianos, aunque todo eso lo sabía Plinio. Ella sólo podía suministrar esa información. 


            Los Saturninos nunca habían venido a la Tierra pero los habían estudiado en la Universidad y eran azules, sin pelo, cabezas oblongas, ojos muy grandes negros, muy altos, delgados y con solo tres dedos en sus manos y en sus pies. Pero no abandonaban jamás su planeta. Los tratos con los terrestres eran meramente de investigaciones, conocimientos y datos. 


            Los lunáticos eran los terrestres que allí se habían afincado. Llevaban decenas de años asentados allí. Ya existían al menos cuatro generaciones en la época que Joyce vivió. Eran los desterrados de la Tierra, que por uno u otro o múltiples delitos habían sido condenados a vivir en la Luna de por vida. Allí nacieron sus hijos y sus nietos y, más tarde, sus bisnietos. Había dos tipos, los provenientes de Silver, que vivían y trabajaban en la parte asignada a Silver. Estaban gobernados por un ordenador central desde Silver que les suministraba todo aquello que les era necesario para vivir. Allí trabajaban, tenían sus casas, sus aerocoches e incluso, algunos se habían promulgado Presidentes de los Silverianos. Otro tipo eran los delincuentes enviados por UnderBov, limitados a su zona también y que más que criminales, se trataba de disidentes, por lo que las rencillas entre los Silverianos y los de UnderBov no existían y convivían armoniosamente, en la zona internacional. Aunque probablemente, según los augurios de Er, Presidente de Silver, terminarían por unirse y formar una nueva raza distinta, un nuevo pueblo.


            A ambos tipos de lunáticos les estaba prohibido volver a la Tierra y para ello fueron implantados con ─la Traductora Universal dijo─ chips que disparaban las alertas en cualquier embarcación o lugar en el que pretendiesen ocultarse para volver. Pero a las últimas generaciones ya no se les implantaba nada porque después de haber vivido toda la vida en la luna, les era imposible resistir en la Tierra por más de uno o dos días. Aunque se hubieran entrenado con pesados sacos a sus espaldas y durmieran con vigorosas tablas encima y aunque respiraran el aire puro de la Tierra, que les producía estados parecidos a las plantas alucinógenas. No podían pero, sobre todo, no querían ya volver. Se consideraban enteramente lunáticos.


            Cuando le preguntaron a Joyce cómo eran los lunáticos en su forma de ser, ya que ellos mismos los habían visto cuando les enseñó Los Jardines de La Luna, los árboles, las plantas y sus personas, se quedó en blanco. Por un momento, la gran pantalla se apagó y se pudo escuchar una cristalina risa como una cascada argentina, era la risa más musical y natural que nunca he escuchado. Y, mientras en la pantalla salían fogonazos amarillos intercalados con verde o azul, comprobé que el resto de los científicos estaba tan embobado como yo. La boca de todos era una O perfecta y durante unos segundos solo se oyó la risa más nueva, más primitiva y más virgen de todas las que se hubieran escuchado en la Tierra.


            Era como sentirte flotando, como si te hubieran aligerado el corazón y el alma, te hubieran resuelto todos tus problemas y la vida fuera solo ese instante de placer. Hago hincapié en esa risa porque nunca jamás volvimos a escucharla aunque hubiéramos dado un brazo porque nos hiciera sentir como cuando rió.



       (Ilustración encontrada en google)
         Joyce se quitó el brazalete y dijo, otra vez imperturbable que eran muy peculiares, eran jocosos, divertidos, imprudentes y un poco… La Traductora dijo que no había palabra en ningún idioma para esa expresión silveriana pero la que más se acercaría según nuestro lenguaje era: ¡lunáticos! Toda la sala prorrumpió en sonoras risotadas por el feliz chiste de la Traductora. Joyce permaneció impasible. No sabía de qué se reían, tampoco le importaba, ellos no le interesaban, eran como animales con costumbres primitivas y extravagantes que ella no podía entender pero que tampoco quería. Su vida estaba muerta por dentro. Ella estaba muerta y se dejaba hacer y su único mundo eran los recuerdos y Magnus, porque en él confiaba, era su amigo y la persona que nunca le había fallado.


martes, 12 de agosto de 2014

EL SECRETO DEL HUEVO DE ORO XIX, de Ricardo Corazón de León

Hace mucho que no subo ningún fragmento de este relato largo o mini-novela que empezó aquí y cuyo capítulo anterior está acá. El tema de la novela para quienes se incorporen ahora es sobre un mundo anterior a nuestra civilización tan avanzado que parece increíble, de un amor que perdura por encima del tiempo y del espacio. Aventuras, acción, traición, suspense, thriller e intriga. De todo un poco. Pero sobre todo, ciencia-ficción.

 (Pintura de Benjamin Lacombe, autor surrealista contemporáneo)






Las sesiones de los científicos con Joyce y conmigo se sucedían a todas horas. Todos estaban impacientes por conocer el mundo en el que vivía ella. 


Así que Joyce les ilustró. Su señal de identidad era el anillo ovoide que llevaba en su mano derecha. El relieve complicado del mismo era la personalidad y la esencia de cada individuo y, a su vez, era la llave individual y única que le permitía abrir cualquier puerta, acceder a mecanismos de transporte, cobrar sus emolumentos, pagar lo que gastaba. Mientras eran niños no tenían anillos, aunque el ordenador central sabía quiénes eran sus padres y tenía las llaves originales de todos los muertos y todos los vivos. A la edad de siete años es cuando te dignifican con la asignación de tu anillo, que era una copia del que tenía el ordenador y que contenía todo lo relativo a tu personalidad y toda tu genética, y es cuando te presentaban a tu compañero, tu media naranja, tu complemento… la persona que el ordenador ha escogido para ti, a razón de tus gustos, tus intereses, inteligencia, emociones, físico… 


            ─ ¿Y así funcionan las parejas? ¿Son felices? ─ preguntó Richard─. ¿Perduran?


            ─ No siempre. La mayoría, sí. Los hay que se separan y van solos y tristes, muy pocos. Los hay que están a gusto, los hay que son felices, los hay muy felices y los hay que… ─ y aquí se calló, sin poder hablar, debido a la emoción. Tragó, se recompuso y prosiguió ─ los hay como nosotros, hechos el uno para el otro, tan unidos que forman uno solo, que han sido creados para estar juntos, que nunca se han separado desde que los presentaron y ni siquiera conciben esa palabra, que uno sin el otro no viven, son solo media vida… ─ y volvió a callarse y no habló más.

                               (Fotografía encontrada en google)

            Los científicos, desconsolados salieron. Entonces ella me pidió sus brazaletes. Yo se los di y volvimos a repetir el proceso. Ahí estaban de nuevo ellos dos y yo me sentía como parte integrante de todo. Vi unos riachuelos por donde ellos dos iban de la mano paseando. Ella vestía con solo una banda malva de una tela que se adhería a ella como una segunda piel y de sus caderas caían cuatro cuadrados de esa misma tela, unidos en la cadera, que se abrían al caminar, al correr, al moverse… resultando mucho más sensual y erótica que cuando iba completamente desnuda, ¡si es que eso era posible! Se subieron en una pompa iridiscente y transparente que flotaba sobre el agua y se introdujeron en una especie de túnel vertical donde había otros aparatos como el de ellos, aunque cambiaban de color, de forma y hasta llevaban muchas personas dentro. Unos iban rápido, los del interior y otros más despacio, los del exterior, los pegados a los bordes que  entraban o salían en oquedades horizontales a diferentes alturas. Ella me explicó que había cursado estudios de supervivencia en la capa terrestre, al igual que Egon y que vivían en la superficie, siendo al mismo tiempo su lugar de trabajo, en la planta más alta de su casa. Por lo que yo deduje, su trabajo era de controlador de la atmósfera, de meteorología, de gases nocivos o de cualquier hecho o anomalía que aconteciera en su zona de control.


            Vi su casa, la de ambos. Era una torre alta, muy alta y de cristal. En la puerta ella introdujo su llave y las puertas se abrieron, siendo elevados por un “ascensor” hasta la casa. En el momento de penetrar en su refugio dio a un mando en la pared, invisible para mí y todas las paredes existentes hacia el exterior desaparecieron, dando paso a un bosque de plantas extrañas para nosotros, animales diferentes y pájaros raros, una selva, un jardín lleno de flores de colores con formas insólitas, y una playa con una gran piscina, en la que había peces desconocidos y olas. Un chocante mirador y una cascada artificial. Las habitaciones eran extravagantes. No eran todas iguales ni entre sí ni se parecía a nada de lo que yo había visto. 


            Ella sintió la fresca brisa del atardecer y se dirigió a la playa, mientras se desvestía, zambulléndose en ella con placer. Los peces aguja, negros y rojos se acercaron de inmediato a picotearla pero en cuanto la reconocieron se apartaron sin herirla. Se dirigió nadando hacia las cascadas rocosas y se sentó en un hueco formado por las piedras, dejándose masajear con fuerza por el agua que caía sobre ella. Era muy placentero. Se relajaba completamente. La temperatura del agua era óptima pero si ella o él deseaban otra bastaba introducir su llave en la pared del jardín. 


A veces les gustaba sumergirse en el agua helada y nadar con furia, fuerte para que el frío pasase y cuando salían se sentían muy bien, su sangre circulaba más de prisa y ellos reían, contentos por la experiencia.


Egon había subido al piso más alto, separado de la casa por una planta en la que no existía nada, unido solo por el ascensor. Examinó los datos, tocó unos mandos y luces extrañas para mí y después de comprobar que todo estaba normal, se marchó, cerrándose herméticamente el laboratorio. Joyce también trabajaba allí y le gustaba.


            En cuanto bajó vio a Joyce en la playa, ella se escapaba risueña, metiéndose entre las algas y las plantas que se extendían en el agua. Él sonrió y desnudo se tiró a por ella, nadaron un poco, jugando a perseguirse hasta que él la tomó por detrás, le pasó una mano por el vientre y penetró en ella fuerte, haciendo arder sus entrañas con el fuego que desprendía. De este modo ella se dejó llevar, laxa, nadando él con el brazo libre. Con cada avance hacia la playa se introducía más profundamente en su interior. Ella estaba pasiva, dejándose hacer, sintiendo fuertes oleadas de placer con cada avance. Llegaron a la arena y como estaban, mitad del cuerpo en el agua y mitad fuera, contemplaron la puesta de sol tan hermosa que había. Él ya no se movía, estaba duro, fuerte, clavado en ella y le ardía el interior que se lo comunicaba a todo su cuerpo, hasta que alzó sus manos hacia él y gimió suavemente mientras sentía un orgasmo tras otro. Pero la noche era muy larga y él ya estaba preparando nuevas formas de amarla y de tenerla alrededor suyo entera. Se dio la vuelta sobre ella y ésta gimió de disgusto al sentirse vacía, pero solo fueron unos segundos, pues de nuevo se hallaba dentro de ella y la penetraba al mismo compás que las olas del mar se movían, adelante y atrás y ella sentía en todo su cuerpo el agua que le acariciaba y su pene rígido que entraba y salía. Creía que no iba a poder más de placer pero cuando él se derramó dentro, muy dentro de ella, Joyce tuvo el orgasmo más satisfactorio que había tenido. Aunque todos los orgasmos con Egon eran así, siempre el posterior era mejor que el anterior, siempre. 

(Ilustración hallada en google)


            Al terminar, Egon se acostó a su lado y así pudieron contemplar las estrellas en el cielo. Tan bellas y enigmáticas. Ella y él estaban colmados por lo que el espectáculo nocturno les acurrucaba y mecía como las olas.


            Tras lavarse y vestirse, se alimentaron y se fueron a dormir. En la postura habitual, ella con la cabeza en el pecho de él y éste abrazándola por detrás, arropados por una tela-manta que les mantenía en la temperatura idónea para sus cuerpos y que era tan delicada que ni se sentía y modelaba sus cuerpos a la perfección, se durmieron. 

         Cuando sonó una alarma ambos se despertaron y salieron para ver las noticias. Al hundir su anillo Egon en un muro, apareció un televisor en forma hexagonal, con un interlocutor al otro lado también en tres dimensiones. 


            En la transmisión se alertaba a los residentes en el exterior, en la superficie, para que apagaran todas las luces y se dirigieran hacia el centro de la ciudad situado en el octavo nivel. Egon apagó el televisor, tomó de la mano a Joyce y después de apagar las luces, la hizo tumbarse junto a él en el fresco césped. Desde allí pudieron ver tres “misiles” de Silver, que irrumpían en el espacio verticalmente y que subían y subían hasta perderse de vista. Un minuto más tarde, no se oyó pero sí se vio, una nueva súper-nova se contemplaba en el cielo negro cuajado de estrellas. Él volvió a introducir su llave encendiendo la televisión en la que se estaba comunicando que la alarma había cesado. Se trataba de una nave que no se identificó a pesar de las amenazas, por lo que habían tenido que derribarla. 

        Egon apagó y la llevó dulcemente en los brazos a la habitación donde la dejó ya dormida, recostándose a su lado. Y de esta misma manera, el brazalete dejó de producir ninguna emisión. Todo era oscuridad, así que Magnus abrió los ojos y el puño y retiró los brazaletes de ambos. Ella estaba dormida y parecía tan frágil como si se tratase de cristal. Sonrió y se durmió.
(Pintura de Sergei Ignatenko, autor impresionista contemporáneo)
















(Continua aquí)