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jueves, 20 de febrero de 2014

EL SECRETO DEL HUEVO DE ORO VIII, de Ricardo Corazón de León

Continuamos con esta magnética novela corta que viene de aquí.



            (Pintura de Loren D. Adams)


Este debate de la ONU fue retransmitido a los ocupantes de Ibiza Uno, Dos y Tres y se propuso por medio de Richard una reunión urgente de todos los componentes de la expedición, exceptuando a la prensa y televisión, claro está.

A la mañana siguiente, todas las televisiones del mundo y la radio daban la noticia del comunicado hecho por la expedición Ibiza unánimemente. Este consistía en lo siguiente:

            1) Negamos a toda nación el derecho a reivindicar ni un gramo del oro que hay aquí.

            2) Sugerimos que se acuñe una moneda internacional con base a este oro, ya que da igual que se encontrara aquí, bajo el hielo, que en las cámaras acorazadas y subterráneas de cualquier banco del mundo.

            3) No reconocemos la autoridad de la ONU en cuanto organismo político, sobre la pareja. Ellos garantizaban su seguridad e invitamos a los mejores científicos ─y aquí había una lista no muy grande de ellos─ de estos países a que se unan a nosotros en este devenir.
            4) Todos los conocimientos y desarrollos que se obtengan de nuestros estudios los pondremos al servicio de la Humanidad entera sin distinción.

            5) Si se les ocurre mandar algún tipo de intervención armada ─por la ONU─ tiraremos la pila atómica en el pozo y perderemos todo lo que hemos descubierto y lo que queda.

            La primera reacción de la ONU no se hizo esperar. Ordenó que un contingente de cascos azules se dirigía ya hacia la base polar Ibiza para hacerse cargo de todo.

            Dos horas después fue transmitido en todas partes del mundo una contestación en directo de los científicos y especialistas que se hallaban en Ibiza, teniendo como primer ponente a Richard, cuyo rostro rosado y rubicundo y su pelo rojo peinado con los dedos hacía sugerir cualquier conversación amena y risueña, pero sus ojos se hallaban oscuros y graves.

          ─Vean, señores, todos estamos decididos, todos─ y la cámara hizo un rodeo para que salieran uno a uno todos ellos─. No vamos a permitir que por codicias particulares, nacionales o internacionales, vengan a llevarse nada de los bienes de los cuales quizás depende la felicidad de todos los hombres y no solamente de unos pocos. Si los cascos azules ponen un pie en el Polo Sur, destruiremos todo con nosotros incluidos antes de dejarlo en manos de unos pocos. Con la pila atómica pondremos fin a este ridículo debate.

           A continuación, tomó la palabra Geraldine que se encontraba tan emocionada que temblaba. Richard le puso una mano en el hombro para que se calmase y ella se lo agradeció.

            ─Nosotros queremos trabajar aquí para todos los hombres. Nos da igual la política, la economía o los intereses privados─. Dijo la delegada rusa─. Es fácil impedírnoslo pues dependemos para todo, hasta la comida y el vestido, de las naciones que han ido aportando su ayuda. Sin ello no podremos continuar. Pero si hasta ahora ha sido un esfuerzo común de todas las naciones, una generosa y desinteresada aportación, es necesario que esa voluntad siga existiendo con la misma intensidad. Ustedes pueden conseguirlo y no me refiero a los Estados, a sus Gobiernos o a sus políticos, sino a ustedes, los que me están viendo en estos momentos en sus hogares o en su trabajo. Es a los hombres, mujeres y pueblos que me ven a los que me dirijo. Manifiéstense, escriban, hagan lo que puedan para que sus gobernantes sigan con el esfuerzo que hasta ahora han prestado a esta obra común. ¡Ayúdense y ayúdennos! ─ las lágrimas saltaban de sus ojos y en el objetivo apareció una mano redonda ofreciendo un pañuelo amarillo que ella tomó. ─Si nos obligan a irnos, no dejaremos nada detrás nuestro, ni siquiera nosotros mismos─. Y ya el llanto ocupó el último minuto viéndose cómo Richard la consolaba contra su enorme pecho. La última escena era la pareja en su belleza e inamovilidad.

      Este comunicado fue radiado por todos los satélites del mundo durante 12 horas ininterrumpidas, llegando a todos los hogares en sus propias lenguas. Todos pudieron verlo aunque las televisiones monopolistas cortasen su retransmisión.
(Imagen sacada de Google)


La respuesta al comunicado de los científicos no se hizo esperar. Desde el pueblo más perdido en el lago de Sanabria (España) a los trashumantes de las mesetas siberianas, todos escribieron y el correo postal colapsaba, no solo el reparto de un pueblito pequeño, sino las oficinas principales de todas las ciudades del mundo donde no cabía nada más. Se negaron a repartir dichos correos. Todos los gobiernos y los políticos sabían lo que había en ellos. Su número bastaba y las manifestaciones multitudinarias en todo el mundo se reproducían, los wassap, los skype, los faxes, los mails, todo dispositivo de comunicación se puso en alerta defendiendo la postura de los sabios. Tras el batacazo que esto supuso para la ONU, debido a la onda expansiva que llegó a todos los hogares, se vieron obligados a admitir todos los términos del comunicado firmado por todos los miembros de la expedición polar Ibiza e hicieron volver al destacamento de cascos azules que habían enviado en dirección al Polo Sur.

La gente bramaba en la calle, gritaban, se abrazaban y felicitaban, aún sin conocerse. Por primera vez ellos obligaban a sus gobiernos y actuaban unidos en todo el mundo. Nadie podría parar su regocijo. Estaban exultantes.

          Apenas unos días después, los científicos mencionados en la lista llegaban a Ibiza Uno y con un gran equipo necesario para la reanimación, incluido un robot americano que era lo último en tecnología punto. Un robot psicólogo, hecho que descompuso totalmente a Edwina, la eminente científica en Robótica y Psicología, Etnología y Arquitectura en espacios difíciles, e incluso a Kristian, el Jefe de Informática y experto en lenguas de todo el mundo, además de las que ya no existen.
Mientras, habían llegado más trajes de astronautas para que pudieran entrar más científicos y no solo de dos en dos, aunque tampoco podían permanecer mucho tiempo dentro porque los uniformes espaciales no estaban preparados para esa temperatura. Richard seguía enfurecido y pataleando porque aún no había llegado ninguno que él pudiera usar. Se encargó uno ex profeso para él, con la mayor urgencia posible e insistió en que como era para él se confeccionara en color púrpura y si no podía ser en turquesa o amarillo.
(Pintura de Loren D. Adams)



Después de que los dos últimos científicos, Meyer y Brown, abandonaran el lugar, me dispuse a salir volviendo hacia atrás mi mirada una y otra vez. No podía apartarla de aquella diosa hecha realidad. No me di cuenta de que los guardias de la puerta del globo o bola de oro no estaban, pero de reojo vi unas sombras oscuras por la derecha. Rápidamente busqué a los centinelas y encontré sus cuerpos tirados abajo a ambos lados de la escalera. Por lo que volví a meterme en la bola y cerrar la puerta y me comuniqué con rapidez, por nuestra frecuencia interna, con mis colegas. Así que alerté a todos y se pusieron velozmente en camino para investigar lo sucedido.

Nuestro cuerpo de vigilancia y seguridad encontró a sus dos compañeros que habían sido noqueados con sendos golpes en la cabeza. Obra de un profesional, por supuesto. Mediante el registro minucioso de toda la zona, palmo a palmo, encontramos detrás de unas rocas una oquedad, como un pequeño túnel. Nuestros técnicos y los robots con cerebro positrónico que habíamos traído hicieron una batida y se descubrió que ese pequeño pasadizo daba a un gran hueco dotado de ascensor, como el nuestro, para las personas y para todo tipo de maquinaria similar a la usada por nosotros, pero destinada exclusivamente a conectar, a comunicar. Era una gran red de súper ordenadores que habían derivado una conexión que enlazaba directamente con el tubo de comunicación del huevo con la base Ibiza en la superficie. Magnus, el ingeniero jefe de la expedición estaba al borde del colapso y antes de que arrancase con sus propias manos el grueso tubo lleno de cables, Richard pulverizó sobre el tubo un disolvente que los destruyó en segundos. Se ordenó detener a todo aquél que se encontrase a la salida de este pozo.

Desde ese día no solo había cámaras para informar a los medios, sino por todos los lugares de paso y los recónditos y escondidos huecos en torno al huevo y a cualquier lugar. En el exterior se alzaron torretas para vigilantes aunque era mucho mejor el sistema de vigilancia por escáner que, hasta ahora, no se había utilizado para otra cosa que el gran hallazgo. De ese modo, supimos el emplazamiento de nuestros espías pero, para cuando llegamos, no quedaba ni rastro de la existencia de persona alguna, ni escrito o marca que nos llevara a saber, al menos, la nacionalidad de nuestros invasores. Los equipos electromagnéticos y los ordenadores eran rusos, chinos y japoneses, pero la mitad de los existentes en el mundo también lo son.

Se establecieron turnos de guardia las veinticuatro horas al día. Nunca se desprotegían los equipos, el huevo o los accesos al pozo, bajo ninguna circunstancia. Y los registros corporales con los detectores de todo tipo fueron cotidianos y obligatorios para todos. Incluso se llegó a hacer inspecciones sorpresa en los habitáculos de los empleados.

También se requisaron los equipos de los espías tratando de saber a través de sus bases de datos y archivos, qué era lo que pretendían y quiénes eran.

Lo que más temíamos Robert, Richard y yo era que alguno del grupo científico, de nosotros, pudiera estar vendiéndose a alguna potencia en particular. Pero, salvo para robar lo que allí había o destruirlo, no tenía sentido el espionaje, puesto que todo era compartido con todas las potencias. Aunque, dado lo que estaba en juego, los estados potentados podían intentar cualquier cosa para obtener ventaja. Y no solamente ventaja. El conocimiento de qué era esa energía que alimentaba a las dos esferas, proporcionando luz y hielo desde hacía más de 900.000 años, y la permanente onda emitida, podría ser muy dañino para sectores enormes de población que se alimentaban de las fuentes de energía contaminante y podría ocurrir, que determinadas personas multimillonarias en particular quisieran que no se supiera nunca, para seguir llenándose los bolsillos, enriqueciéndose mientras arruinan la atmósfera y la Tierra entera. El motor que ponía en funcionamiento la transmisión de la onda y que aportaba hielo, helio y luz en cantidad suficiente para permanecer todo ese tiempo encendido, debía alimentarse de alguna energía. No habíamos visto cables, ni bombas o pilas atómicas, ni nucleares, ni hidrógenas, ni eólicas… que alimentaran ese motor. Por tanto, en principio, no parecía alimentarse de nada. Pero como ello es imposible para nosotros, este conocimiento era muy peligroso para algunos y muy beneficioso para todos.

Por eso, tras repasar una y otra vez a nuestros compañeros, no vislumbramos ni siquiera un atisbo de deshonestidad en ninguno de ellos. Nunca debíamos bajar la guardia. Era demasiado importante el descubrimiento que teníamos por delante.


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Mediante un macro-ordenador, Kris, conectado a otros súper-ordenadores recogidos en un espacio al efecto, ─termo-aislante─ y gobernados por Kristian, el ingeniero jefe de informática y lenguajes robóticos, iniciaron la extracción de las correlaciones, combinaciones, permutaciones y variaciones con todas las variantes conocidas, de una forma  rápida y precisa. Si se tratase de un centenar de expertos tardarían diez años en establecer y descartar tantas variables como el ordenador en un una hora. Y con ello podríamos encontrar el modo de “despertarlos” sin dañarlos.

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Esta historia continua aquí.

viernes, 7 de febrero de 2014

EL SECRETO DEL HUEVO DE ORO VII, de Ricardo Corazón de León

Vamos con un poco más de la historia de estos dos seres. Este fragmento procede de aquí.

 (fotografía tomada por mí de un iceberg en Argentina, octubre 2013)




Geraldine se dirigió hacia los dos cuerpos, sacó un objeto metálico y lo colocó en esa especie de colchón invisible pero sólido. Inmediatamente se quedó adherido. Ella comprobó los dígitos y se oyó a través de los micrófonos la voz de la Traductora: ¡Doscientos setenta grados centígrados! La temperatura es casi la del cero absoluto, se oyó en nuestros auriculares.

La voz de Gibson se oyó recitar como si estuviera en una conferencia

─ El cero absoluto se produce a la temperatura de 273’15 grados bajo cero. En ese estado no existe movimiento ni actividad molecular o atómica de ningún tipo. Actualmente, no hemos conseguido todavía llegar al cero absoluto, aunque hemos estados muy próximos a conseguirlo. En la práctica, la energía necesaria para eliminar el calor de un gas se hace mayor cuanto menor es la temperatura, y sería necesaria una energía infinita para enfriar algo al cero absoluto. En términos cuánticos, podemos culpar al principio de incertidumbre de Heisenberg, que nos dice que sólo se puede conocer con precisión la velocidad de la partícula o su posición, pero no ambas a la vez. Los átomos de cualquier experimento, siempre tendrán algo de incertidumbre en su momento al mantenerlos por encima del cero absoluto, a menos que ese experimento fuera del tamaño del universo entero…

Enry impidió que la Traductora siguiera traduciendo ese monótono discurso del improvisado conferenciante.

En su lugar, Richard preguntó en voz alta, olvidando que tenía un micro

─ Magnus, pero ¿están vivos o no? Y retrocedan. Deprisa, sus escafandras y sus trajes no están hechos para permanecer mucho tiempo en esa temperatura.

─ En el cero absoluto ─señaló Magnus─, todo es estático. La muerte implica un estado, otro estado, porque con ella comienza la corrupción de los cuerpos, pero el cero absoluto debería garantizar que no se ha producido ni una sola alteración en sus átomos o moléculas desde que entraron en ese estado, pero hasta ese momento pueden haber muerto o bien perecer en el proceso de descongelación, si es que puede realizarse. Pero con los grandes adelantos de aquella civilización, sería absurdo que fueran a congelar un cuerpo si no pudieran recuperarlo. Por otra parte, el estado en que fue congelado el hombre nos demuestra que en ese preciso momento estaba vivo ─ e hizo un gesto en dirección a su pene rígido ─ Y esto no puede asimilarse a lo que sucede en algunos casos de suicidio por ahorcamiento en que por acumulación de la sangre súbitamente en esas partes, mueren con una eyaculación, que en este caso no se ha producido. Es mi proposición y mi opinión que para que esto se pueda comprobar es necesario reanimarlos.

No obstante, Magnus no sabía con certeza si estaban vivos. Era tal su deseo que no podía discernir adecuadamente.

Pero… ¿y si no eran humanos? ¿Y si estaban muertos aunque incólumes? Nada de esto tenía sentido. Nuestras máquinas habían logrado llegar hasta la fuente de emisión de aquella señal, de aquella onda magnética que atravesó miles y miles de kilómetros y millones y millones de años. No podía ser que solo se tratase de dos robots perfectos. ¿Tanto para tan poco?

Este era el mayor reto al que nos enfrentábamos. ¿Despertarles, reanimarles?... ¿Y si murieran en el intento? ¿Y si en el momento en que algo penetrase de nuestro mundo en el suyo, se hiciera añicos todo convirtiéndose en polvo? Y, después, de decidir qué hacer ¿cómo lo llevaríamos a cabo?


(Pintura de Marcus Krancz)

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En la calle, en todos los hogares y los países se repetían una y otra vez la misma pregunta.
Los paleontólogos, por su parte, acusaban de superchería, de estafa o fraude y con intención de engañar, los resultados que se habían obtenido al calcular los años. No podía ser de 900.000 años. Eso sería en la época del Pleistoceno, teniendo como representante del hombre al australopiteco. Pero las personas, toda la gente común prefería provenir de esos dos bellos jóvenes que de un mono frente al cual el chimpancé era un adonis.
En la ONU, el tema de las dos personas encontradas había dado paso a otro mucho más materialista, pues se había conseguido calcular cuánto era el oro que existía en ese descubrimiento y esa cifra tan exorbitante de 300.000 toneladas de oro enfrentaba a unos y otros por su repartición.
A sugerencia del representante de la India se propuso dividir ese oro por el número de habitantes que cada país tenía, lo cual fue aclamado por todos los países pobres y en vías de desarrollo. Para ellos supondría el fin del hambre en sus mundos. Y luchaban porque se apoyase esta moción frente a las grandes potencias.
El representante americano pidió la palabra y señaló que no se oponía en absoluto a ese reparto pero que el verdadero tesoro no era ese. Ellos habían llegado también a producir ese oro artificial por transmutación de átomos y con el mismo resultado que la muestra recibida pero el proceso para hacerlo era crematísticamente enorme y el tiempo empleado no valía la pena por lo obtenido. Con ello, el representante quería recalcar que lo importante no era el oro en sí mismo, sino los conocimientos que la mente de él o de ella tuviesen y nos pudiesen transmitir, como el conseguir el cero absoluto, hacer helio líquido, motor eterno sin aparente consumo de energía como era el motor que mantenía en marcha todo el mecanismo del Globo a través de 900.000 años de antigüedad. Esto era lo realmente importante ya que ni siquiera producía contaminación. Y tantos otros inventos y conocimientos que les podían transmitir.
Era probable que en aquel reducto se encontrase toda la información sobre la existencia de otros planetas habitables y el modo de llegar a ellos, la cura de las enfermedades, la sabiduría que requeríamos, aunque nunca fuera toda, claro está.
El último punto del gran encuentro era en dónde se iba a practicar la reanimación de esos dos seres. Todos afirmaban tener instalaciones adecuadas y medios sofisticados. Algunos no los poseían y se veían con ello desposeídos del descomunal bagaje de sabiduría que traían consigo y no estaban dispuestos a permitirlo. De ningún modo.

 (Pintura encontrada en google)

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Si os ha gustado la historia continua aquí