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domingo, 9 de marzo de 2014

EL SECRETO DEL HUEVO DE ORO X, de Ricardo Corazón de León

Seguimos con esta fantástica mini-novela de ciencia-ficción que nació interesante y a cada momento sube más el grado de interés por ella.
Os agradezco mucho que paséis a leerla y que dejéis algún comentario pero lo que más deseo es que os guste. 
Este fragmento proviene de aquí

                
         (Pintura de Christina Papagianni)


(Música de Jaime Barkin)
La cara de la mujer era perfecta. Su boca del color de la cera por el frío y sus labios azulados tenían la suavidad de la juventud, a pesar del color, las cejas curvas y negras enmarcaban sus ojos cerrados, que acababan en unas espesas y ondeadas pestañas largas de color negro, produciendo una gran sombra debajo de ellas. La nariz era delgada, recta y con aletas finas, ligeramente curvadas. Los pómulos se destacaban sin resaltar demasiado. Tenía su piel el aspecto de un melocotón, aniñado, alisado, dulce. Su pelo ondulado y negro le rodeaba el rostro y lo destacaba. El brillo era tal que casi parecía tener reflejos azules y se notaba sedoso. Todos estábamos embelesados. Philip apartó el cabello y empezó a instalar los electrodos lo que nos permitió ver sus hermosas orejas, tan bien perfiladas y en el tamaño adecuado y perfectas.

Se escuchó un profundo suspiro humano que salió de todos los que la contemplábamos, al igual que el que se reprodujo en la Sala de Prensa que recibía en directo las imágenes.

Nos hallábamos presentes todos, en la enfermería, Magnus se acercó con un antiguo estetoscopio y no con la tarjeta mecanizada estándar y se lo puso en el corazón. Al principio no oyó nada. Hacía esfuerzos titánicos por contenerse para no gritar y sacudir el cuerpo hasta despertarlo. La espera y la tensión eran casi tangibles en el ambiente. Todos de pie a su alrededor esperando los resultados. De pronto, se oyó:

─ Bum ─ y siguieron varios silencios prolongados, hasta volver a oír el siguiente “bum”…

Los ojos de Magnus eran todo un poema que indicaban que la mujer vivía. Se conectó la tarjeta electrónica al sonido ampliado del exterior y de todas las cámaras de todos los hogares y todos pudieron oír:

─ Bum … … … … …. Bum … … … … Bum … … … Bum … … Bum … Bum … Bum … Bum … Bum …

Reproducido a miles de vatios de potencia que hicieron que todos los corazones, en todo el mundo sonaran igual y que, por fin, la algarabía y el júbilo reinaran en todos los hogares. En el Laboratorio, en la base Ibiza Uno, donde estaban instalados el resto de personal no sanitario y los periodistas y acreditados de prensa se descorcharon docenas de botellas de champán que generosamente se compartían. Richard lo celebró a su particular manera. Vestido de Papá Noel de primeros del siglo, hinchó globos de colores con helio y los desperdigó por toda la sala. Llevaba un gorrito de Navidad rojo, un matasuegras de los antiguos, en la boca, usándolo a todo meter. Repartía a diestro y siniestro de un gran saco que llevaba gorros de Navidad, matasuegras, serpentinas y zambombas. Parecía una Navidad del año dos mil. Todos felices y alegrándose cada vez más a medida que el champán iba corriendo. Rápidamente Richard con una botella de champán en la mano derecha, de la que iba bebiendo y otra en la izquierda, de la que iba sirviendo, se entregó a abrazar a todos sus colegas, incluso al Jefe de Expediciones Polares, Enry Lavois, un octogenario al que no le disgustó, en contra de su habitual carácter, esa confraternización. Hasta logró que usase el matasuegras y se pusiera el gorro de Navidad. Hoy era un día muy especial. Una nueva vida renacía. Un corazón que llevaba 900.000 años sin latir lo hacía de nuevo esta noche.
  (Pintura de Vicente Rodriguez Romero)

En el quirófano la celebración fue bastante más discreta, aunque ensamblábamos las emociones con los de arriba y nos regocijábamos internamente. El sofoco de la temperatura era insoportable para todos. Llevábamos la ropa pegada y las enfermeras no daban abasto para secarnos el sudor de la cara. Mientras que el corazón latía y bombeaba cada vez más fuerte, sus pulmones iban expandiéndose y aspirando y expeliendo, mientras seguíamos calentándola. Su pulso se aceleró repentinamente, así como su respiración y su electroencefalograma que indicaba que estaba a punto de despertar. Los cuatro médicos se pusieron a su alrededor y a imitación de Magnus se quitaron las mascarillas para no asustarla. Abrió los ojos, esos inmensos ojos azules como un cielo lleno de nubes o de aguas de distintos colores que destacaban en el blanco puro, limpio del globo ocular; sus pupilas estaban dilatadas y el iris lleno de luces doradas y plateadas, levemente cubierto por el párpado superior. Miró hacia el techo pero no creo que viera nada. Sonó una imperceptible contracción y sus ojos se abrieron aún más. Ahora sí veía claramente, miró a Magnus primero, luego pasó a Philip y por último, a Arthur, horrorizada, vio a las enfermeras y todo a su alrededor, intentó con desesperación decir algo, una palabra que sus músculos no le permitían pronunciar. Empezó a temblar su mentón, cerró los ojos asustada y temblando y su cabeza cayó sin sentido.

La enfermera encargada de las constantes vitales confirmó que se había desmayado. Todos estaban contritos. Entendíamos perfectamente el terror que debimos inspirarle y el lugar en que se encontraba todo lleno de cables y objetos totalmente desconocidos para ella.

La dejamos tranquila y acordamos trasladarla a Ibiza Uno, a la superficie, dónde se habían construido unas habitaciones especiales a modo de casa-enfermería más confortable para albergarla, donde sus muros eran transparentes de triple capa termoaislante y, de ese modo, en la camilla, desmayada, la llevamos a su nuevo hogar.


Los paparazzi y todos los periodistas de la Sala de Prensa intentaron acercarse lo máximo para hacerle fotos y preguntarnos. Nuestros policías tuvieron que formar un cordón en el corredor para que no se acercaran a ello y corrieron el riesgo de ser aplastados por la muchedumbre. Al irse, la cámara que estaba siempre en el interior del huevo captó un nuevo acontecimiento. El muro que se hallaba al lado de la mujer, se había derrumbado y se podían ver unas estanterías con hileras llenas de objetos desconocidos. Aquí permaneció fija la cámara grabando. Pero no había nadie mirando en aquél momento.


 (Imagen obtenida en google)

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En la enfermería seguía postrada la mujer por la que el corazón del mundo entero palpitaba y el mío especialmente. Cuando Magnus entró, Philip estaba dándole masajes junto a una enfermera en las piernas, en los brazos dos más se ocupaban de masajearlos y Arthur aplicaba infrarrojos en la zona del cuello y la garganta. Magnus se sentía enfurecido e impotente.

─ ¡Está despierta! ¿Es que ustedes no lo ven? ─espetó, enfadado. ─Está despierta y es consciente. No abre los ojos porque no quiere. Está terriblemente asustada. Si me dejaran unos minutos con ella.
Todos pararon inmediatamente lo que estaban haciendo y, al comprobar las constantes vitales que daban la razón a Magnus, Arthur hizo un gesto con la mano y en silencio salieron todos de allí y le dejaron con ella, mientras se ponían detrás del muro, expectantes.

Magnus comenzó por quitarle uno a uno todos los cables, abrazaderas, electrodos, y todo aquello que la enchufaba a máquinas. Por fin, la liberó, la sábana se la acercó hasta los hombros cubriéndola y dejando fuera solo los brazos. Se acercó un asiento y tomó entre sus manos la mano izquierda de ella. En la derecha tenía un anillo en forma de círculo ovoide, de un mineral o quizás otro material no conocido. Acarició la mano de ella, mientras le hablaba, con una voz que pretendía ser dulce y afectuosa, tierna, amistosa. Quería que ella se sintiese a salvo, que no tuviera miedo y le hablé sin saber siquiera lo que decía, como a una niña pequeña aterrorizada. Al cabo de unos minutos empezó a temblar y sus lágrimas se escapaban por las comisuras de sus ojos, resbalando hasta la camilla desde sus mejillas y su cuello. Yo las dejaba caer. El bálsamo de las lágrimas es bueno para el alma. Eso significaba que aunque no me hubiera entendido, sí sabía que no iba a hacerla daño. Le hubiera besado cada una de esas lágrimas que caían tan lentamente pero ella se habría asustado aún mucho más.
               (Imagen obtenida en google)
Finalmente sus ojos se abrieron de nuevo y me miraron. Me sentí el hombre más dichoso del mundo. De hecho, me sentí el único hombre en la tierra. Y enamorado profundamente también de la única “Mujer” que yo había conocido hasta ahora. Los volvió a cerrar, pero esta vez era por cansancio, un agotamiento infinito.

Cuando los volvió a abrir, yo me señalé varias veces el pecho y repetía «Magnus, Magnus» y ella comprendió, hizo el mismo gesto y dijo «Joyce, Joyce». Nuevamente cerró los ojos. Esperé. Hubiera esperado toda una eternidad sintiéndote viva y a mi lado, de la mano.

Al cabo de un poco de tiempo volvió a abrirlos y me miró y sólo pronunció una frase, o canto, porque no diferenciaba si era una canción o una petición. Ella siguió repitiendo una y otra vez aquella frase que parecía construida con dos o tres palabras cantadas. Cuando vio que sus esfuerzos por hacerse comprender eran en vano, me miró, susurró “Egon” y, ante mi gesto de ignorancia y de impotencia, calló y no volvió a hablar.

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9 comentarios:

  1. Cuánta belleza!!!... tanto en el relato como en las imágenes que compartes.
    Gracias Ricardo!!!
    Besos...

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    1. Muchísimas gracias, Marta por tu fidelidad semanal. Espero que te haya gustado esta entrada y que respondiera a tus expectativas que eran muy altas en la anterior entrada.
      Gracias. Un abrazo muy grande y nos vemos en la próxima.

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  2. Muy bonito, Ricardo, y además sigue igual de emocionante o más. Ahora a ver si despiertan al hombre o por dónde sigue la cosa...

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    1. Gracias, Lucía. A ver qué deciden hacer. Esta parece un poquitín baja de moral. No sé qué pensaría yo si me pasara algo así. Tan solo pude imaginarlo intentando ponerme en su piel, aunque es difícil. Ya verás, ya verás.

      Un abrazo, Lucía.

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  3. Baja de moral?. Empieza una nueva aventura en el capítulo XX, eso es genial. La pobre no sabe y da miedo pero eso es nacer. Tengo una petición pícara, quiero estar cuando despierte el ser masculino!! ya le acaricio yo y todo eso.
    Un abrazo Ricardo el escritor.

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    1. Pero los que nacen no son conscientes de ello y nada les da miedo. Sin embargo, esta señorita creo que sabe perfectamente quién es ella y sabe qué hace allí aunque no tenga idea de lo que le rodea.
      En cuanto a tu pícara petición te dejo que seas tú quien le acaricies y todo eso, siempre y cuando le despierten, claro.

      Muchísimas gracias, Olga. Un abrazo muy fuerte.

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  4. Pues si Olga se ofrece a despertar y acariciar al ser masculino, yo me ofrezco a enseñarles o a demostrarles, el puto mundo dónde han tenido la desgracia de volver a nacer... pobres no saben lo que les espera... ja,ja,ja,ja,ja,ja (esto sigue cada vez más interesante mi querido Ricardo).

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  5. Ricardo, eres un fenómeno de verdad. Creo que este capítulo es el más elaborado de todos. Tengo que señalar que las descripciones son tan buenas que la única palabra que me viene en mente son sublimes. También tengo que felicitarte de las fotos que pones son todas preciosas, amigo. Un fuerte abrazo, fenómeno, Sotirios.

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  6. Un capítulo muy atraparte. Las descripciones son fantásticas, me gustaron mucho y me hizo imaginar ese rostro tan precioso.
    La música de Jaime me encanta y acompaña muy bien, junto a las imágenes, que sabés elegir con elegancia. :)
    Veremos qué pasa y esperaremos ver qué les pasa a ella y al hombre cuando aparezca...
    Por lo que dice Frank, nada bueno jajaj.
    Seguimos Ricardo.
    Un beso grande.

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