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sábado, 20 de julio de 2013

AROMA LETAL (2ª parte), de Ricardo Corazón de León

Para no haceros esperar más y para que no se me olvide a mí os pongo el desenlace de este primer relato largo que escribí.

AROMA LETAL












(continuamos...)
–Por eso, he resuelto que podría resultarle útil esta entrada al jardín que le voy a mostrar y que todo el mundo ignora excepto servidora─.
            Yo estaba impávido, no salía de mi asombro, sintiéndome venturoso por la fortuna que Dios ponía en mi camino, para poder acceder a mi amada Violeta, bajo cuyo influjo había caído inevitablemente. Ni siquiera me extrañaba el hecho de que esa anciana supiera y cómo, que yo pasaba las horas muertas mirando al jardín. Nada me pareció fuera de lugar. La seguí animoso, por entre las estrechas callejuelas y debajo de las arcadas. Llegamos al final, me indicó cómo se abría el portón y se marchó dejándome solo y sin apenas poder darle las gracias, por este inusitado favor que me había hecho.





            De pronto, me vi dentro del jardín, en la parte descubierta, teniendo mi ventana encima de mí. Estaba confuso y nervioso, pues no había preparado en modo alguno mi encuentro con mi amada o con su padre e ignoraba lo que pudiera suceder al encontrarme allí, dentro de sus propiedades. Estaba pensando en cual debía ser la mejor postura a adoptar, cuando un crujido de sedas o telas hizo que me girase viendo a mi amada Violeta salir del pórtico.
Su cara era de sorpresa pero sobre ella se reflejaba una alegría intensa y un gran gozo y como si no hubiera nada de extraño en mi presencia allí, me saludó.
            ─¡Buenas tardes! ¿Ha decidido usted ver por sí mismo las exquisitas flores del jardín de mi padre? No me extraña, ya que es usted un entendido─, haciendo referencia al ramo de áster que en su día le ofrecí. Lástima que no esté aquí mi padre para explicarle todas las ventajas y virtudes de cada una de estas flores que él personalmente cuida─.
            ─Puede usted hacerlo en sustitución de su padre. Yo escucharé interesadamente todo lo que pueda decirme, cualquier cosa aunque no sea de flores─ me apresuré a decirle inmediatamente.

            Y así de esta forma tan sencilla nos aventuramos en el jardín paseando entre las muchas avenidas que allí había. Así deambulando y recorriendo el jardín llegamos a la fuente central, donde se hallaba la magnífica planta. En ese momento sentí un aroma fuerte, penetrante y repugnante aunque atrayente. Me di cuenta de que ese era el mismo olor que despedían los labios y el aire que expulsaba Violeta al hablar aunque el de ella casi parecía pasar desapercibido. Al verla, Violeta se agachó y la abrazó como si de su hermana se tratase.
            ─¡Oh, querida mía! Me he olvidado de ti por primera vez. Cuanto lo siento.
            ─Es tan hermosa su planta que quisiera una de sus bellas flores─ y avancé hacia ella para cogerla.
            Entonces Violeta como si de su propia vida se tratase dio un grito y me sujetó por la muñeca apartándome con su cuerpo, hacia atrás todo lo que pudo.
            ─¡No lo hagas! ¡No la toques! ¡Es mortal!─ Y escondiendo el rostro en sus manos se fue llorando hacia el pórtico de entrada desde donde el Sr. Quiñones nos estaba observando sin que hasta ahora me hubiese apercibido de ello.
            Me marché de allí confuso y contrito. Había disgustado a mi amor. La había hecho llorar, pero aún recordaba sus formas perfectas y su cuerpo pegado al mío cuando me apartó de allí. Fue como si me hubiesen dado una descarga de placer y sentía la necesidad de que esa sensación se volviera a producir, como si fuera una droga.

            Pasé la noche soñando con ella y con nuestro encuentro y todas las dudas que pudiera albergar sobre ella se habían evaporado al contacto íntimo con su femineidad. Me parecía ahora que todo había sido un producto de mi fantasiosa imaginación y mi influenciable carácter.
            A la mañana siguiente me desperté muy tarde con un aleteo en mi corazón y unas desconcertantes señales en mi muñeca, como quemaduras, en total cinco, cuatro por el dorso de la mano y una en el interior de la muñeca que atribuí a algún insecto o araña del jardín de la tarde anterior. Lo envolví en una gasa y no le di más importancia.
            Después de aquel día vino otro y luego otro y, al final, solamente las citas con mi amada Violeta me daban satisfacción y alegría. Hablábamos como si siempre nos hubiéramos conocido, con una naturalidad tal que parecía que fuéramos amigos desde niños y nada hubiera logrado separarnos. Siempre sonriendo y siempre anticipando los pensamientos del otro. Ambos sabíamos que estábamos enamorados. Nos lo decíamos con miradas y con gestos, esperando ansiosamente el uno la presencia del otro y buscándonos en nuestros ojos. El amor entre nosotros circulaba a raudales pero algo silencioso e inexplicable aunque firme impedía que nuestros cuerpos se tocasen y si en alguna ocasión yo lo intentaba, ella ponía tal adusta y sombría facción que rápidamente desistía de mi deseo de acariciarla o cogerle la mano, pero eso precisamente, el hecho de desearla tanto y no poder tocarla, la hacía para mí más imprescindible, mucho más necesaria que el propio aire que respiraba. Nos esperábamos siempre a la hora convenida y su perfume, su aliento ahora me parecía exquisito. Yo vivía para respirarlo.

           
              Habían pasado muchos días desde la última vez que vi a Rodrigo Méndez, el amigo de mi padre, cuando un día se presentó inoportunamente en mi habitación sintiendo la preocupación que le producía el no saber nada de mí, el hijo de su amigo. Y de este modo, me vi obligado a invitarlo a pasar. Se sentó en la incómoda silla y yo me apoyé en la destartalada mesa. Divagó sobre los chismes de la ciudad y de la Universidad sin parar de hablar y por fin, me preguntó directamente en qué estado se encontraban mis relaciones con la hija del doctor Quiñones. Me sobresalté ante lo osado de su pregunta.
            ─Profesor Méndez sé que no le guía hacia mí otro sentimiento que mi bienestar y mi cuidado. No albergo hacia usted ningún sentimiento que no sea el respeto y el agradecimiento por todos los consejos y las molestias que pudiera haberle causado, pero de ningún modo pretendo debatir con usted mi relación o no, con la señorita Violeta y tampoco me gustaría oírle hablar de ella de ningún modo.
            El profesor no se sintió ofendido por mi respuesta, más aún parecía más audaz que antes.
            ─He tenido el placer en estos últimos días de leer a los clásicos y he recordado una historia que leí hace mucho tiempo. Se trataba de una bella mujer que el príncipe de la India regaló a Alejandro Magno y que era la más exquisita y hermosa de cuantas Alejandro había visto. Se acercó a ella para verla de cerca y se dio cuenta de su perfume floral tan penetrante y sensual que se rindió inmediatamente a sus encantos. Sin embargo, el mago de su cohorte se dio cuenta en seguida del secreto que aquella joven extraordinaria tenía─.
            ─¿Cuál era su secreto?─ pregunté ansiosamente temiendo que su respuesta fuera la que yo sospechaba.
            ─Al parecer, esta joven había sido alimentada desde que nació con potentes venenos de forma tal que ella misma ahora era un veneno mortal. Si Alejandro hubiese yacido con ella habría muerto en el primer abrazo. Así de mortífera era esta joven.

            ─¡Bah! ¡Patéticas leyendas y cuentos de brujas para niños!─ dije altanero─, parece mentira Sr. Méndez que usted se dedique a leer estas historietas que solo le hacen perder el tiempo.
            ─Puede ser, puede ser pero siempre son basadas en hechos reales… Por cierto… ¿qué es ese olor que flota en el ambiente? ¿Tiene usted flores? ¿No se perfumará usted?─, dijo horrorizado.
            ─¡No, por supuesto que no! Y le aseguro a usted que aquí no hay ninguna planta ni flor que destile ese supuesto aroma que usted cree detectar. ¡Tiene usted mucha imaginación! Y de tanto hablar de perfumes ya cree imaginarlos donde no existen.

            ─No, no, de ningún modo es invención mía esta fragancia. Es agradable aunque repulsiva. Yo no me engaño ni mi imaginación pone olores donde no los hay. Pero le veo a usted ansioso porque me vaya; sí, no disimule usted, así que por último, le indico que existe un remedio para la señorita Quiñones todavía, ya que ella no es culpable de sus fatales características. He estado investigando y me he puesto en contacto con los más prestigiosos sabios y alquimistas y he conseguido el único y extraordinario, el más eficaz antídoto creado─ dijo mientras sacaba de su chaleco una botellita de cristal labrado con un líquido transparente en su interior y la depositaba encima de la mesa donde yo me apoyaba. –Si usted hubiera a bien tomar en serio mis palabras sería de gran ayuda para usted porque libraría a su amada Violeta de ese cruel experimento al que su padre la sometió al nacer y al que continua sometiéndola. En todo caso, si no cree una palabra de lo que yo digo tampoco le ocurrirá nada si se lo da a beber. Es un antídoto sin efectos secundarios─, y mientras se levantaba y se dirigía a la puerta sin que yo le acompañara, susurró

            ─¡Cuídese, Fabio! ¡Quede usted con Dios! Y se marchó, dejando tras de sí una estela de dudas y de intrigas que me hacían recordar, Dios me perdone, el infortunado incidente de la lagartija, así como aquel otro que yo presencié sin que ella se percatase. Uno de los días en que observaba su jardín me asomé y mi querida Violeta se encontraba justo debajo de mí. En ese momento unos diminutos insectos atraídos quizás por las exquisitas fragancias del jardín sobrevolaron su cabeza y en menos de un suspiro cayeron muertos a sus pies sin que ella se diese cuenta de lo sucedido y retirándome yo de la ventana absolutamente inquieto.
            No obstante, estas dudas duraron bien poco porque eran continuamente rebatidas por lo que mis ojos veían, mis oídos escuchaban y mis sentidos percibían, Violeta, la inocente y virginal Violeta de carne y hueso, humana, chisporroteante de vida y salud y mi amor por ella desterró definitivamente aquellas insanas y perjudiciales inquietudes.
            Un poco indignado conmigo mismo por lo influenciable de mi carácter y por haber dudado del objeto de amor, bajé a la calle y como una prueba, me acerqué a un puesto de flores, donde vi unos preciosos iris recién cortados con el rocío aún entre sus pétalos. Pensaba dárselos a Violeta en cuanto la viera para desterrar de una vez estas insidiosas dudas en las que sucumbía mi débil carácter de tanto en cuanto. Subí de nuevo a mi habitación para arreglarme para la cita, dejé las flores en la mesa y por último, me miré en el espejo, lo que no hacía casi nunca. Entonces pude observar que nunca antes había estado tan lleno de vitalidad, ni mis pómulos tan frescos y rozagantes ni mi cabello tan abundante y brillante. Sonrojándome por mi vanidad, fui a recoger mis preciosos iris y al volver la vista hacia ellos me quedé petrificado. Los iris recién comprados que no llevaban en mi poder ni siquiera diez minutos y que estaban cuajados de rocío aún, ahora se encontraban absolutamente marchitos.



            Me senté en la cama. No podía dar crédito a lo que mis ojos veían. Miraba como un alucinado y a punto estuve de perder la razón y echarme a reír a carcajadas. De repente, vi una polilla posada en una cortinilla y me dirigí hacia ella y con suavidad le eché mi aliento. No pasó nada. Cuando iba a volver a repetirlo, empezó a aletear desesperadamente y cayó al suelo muerta. Busqué otra razón más que justificara lo que yo ya sabía y temía y encontré en un rincón encima de mi cama una araña formando su interminable telaraña. Me subí encima de la cama y expulsé mi aliento hacia ella dos veces sin quebrar su telaraña; pasó menos de medio minuto y se repitió la escena de la polilla quedando muerta atrapada por su propia tela.
         

             ¡Yo era veneno! ¡Me había convertido en aquello que más temía que se produjese en Violeta! Ahora era yo quien era venenoso y no había sido otra la culpable que la propia Violeta puesto que a nadie más me había acercado. Mi ira iba creciendo contra ella, sin darme cuenta de lo disparatado y absurdo que parecía mi pensamiento. Así que de esta forma me dirigí al jardín donde me encontré con Violeta que rápidamente se dio cuenta de lo alterado que había venido.
            ─¡Por Dios, Fabio, qué te ha pasado! Parece que has visto al propio demonio en persona.
            Y sin más oír despaché contra ella toda mi rabia, mi odio y mi dolor con palabras hirientes, despechadas, dolorosas e inequívocamente odiosas. Ella lloraba y se restregaba las manos, mientras sus ojos llenos de lágrimas me miraban implorando mi silencio. Pero no la escuché y proseguí mi vengativo discurso. Poco a poco, según las palabras iban saliendo una tras otra de mi boca ella se hacía más y más real y su belleza, su candor, su inocencia, su amor volvían a inundar mi corazón hasta que caí postrado a sus pies, llorando y pidiéndole perdón por todas las infamias pronunciadas y las mentiras dichas, fruto de un enfado alocado y de mi insensible corazón.

            Así, llorando ambos, me cogió de las manos y me levantó, la abracé y por primera vez nuestros labios se encontraron en un beso que en principio fue tan dulce y recatado como el de la Confirmación, pero que luego era portador de goces insospechados y profundo amor. Nos separamos a nuestro pesar. Ella fue quien me sorprendió.
            ─¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo hacer para demostraros que yo no soy esa persona odiosa que veis en mí? ¿Qué puedo hacer para demostraros que os amo por encima de mi propia vida y que por vos y vuestro bien renunciaría a ella si con eso volvieseis a confiar en mí, a amarme y a ser feliz? ¿Queréis que me quite la vida para demostraros que yo nunca podría intrigar para haceros daño y que no estaba al tanto de los demenciales experimentos de mi padre?, preguntaba ella una y otra vez apretándome las manos y llorando de emoción.
            ─Ni siquiera creo que tú te hayas convertido en un experimento macabro de mi padre. ¿Cómo puede haberlo realizado y sin darme cuenta? No, no puedo creerlo─.
            La cogí de la mano y le enseñé los insectos que pululaban por encima de las flores y en torno a nosotros. Alcé la cabeza y eché mi aliento sobre ellos, obteniendo los mismos resultados que en mi habitación.
Ella se quedó tan triste, tan infinitamente triste que la lástima que sentía por aquella criatura tan delicada, inocente, virginal e infeliz, a quien todos en el mundo habíamos hecho daño, primero, su padre, y después yo, esa lástima y compasión se hicieron infinitas, únicas, sin medida pero todo ello no podía ni siquiera compararse al amor y a la devoción que por ella sentía. Yo sí que me hubiera debido quitar la vida antes de haberle hablado de la forma en que lo hice, antes de haber mancillado su cutis con las lágrimas que le había hecho derramar… ¿Cómo se podía ser tan abyecto como para tratarla en la dura forma en que la había tratado? Yo era un ser vil e innoble por haber dudado de su inocencia y de su amor.
            De pronto, como una llamarada prende una tea súbitamente recordé la botellita de cristal que mi amigo Rodrigo me había proporcionado, recordé su contenido y mi corazón se alegró y se alivió al vislumbrar una posible solución. Tenía esperanza al fin. De modo que le expliqué a mi amada, mientras se lo enseñaba, lo que era y a qué fin servía, eliminar de nuestros cuerpos todos los venenos inhalados o inyectados o que hubieran trasladado a nuestros cuerpos.
            Sus grandes ojos verdes, envueltos en esos preciosos rizos negros que por fin podía tocar, me miraban tristes. ¡Era tan vulnerable! Y, sin embargo, yo dependía tanto de ella como ella dependía de aquella mata de olorosas flores que le daban la vida al respirarla.
            ─¿Quieres que me la tome? ¿Ahora?─.
            ─No, amada mía, quiero que la tomemos ambos, los dos juntos y nos despojaremos de esos venenos que tu padre nos ha introducido y nos ha hecho ser tan ponzoñosos como somos ahora mismo─.
            ─¡No, amor! No. Deja que sea yo quien la pruebe en primer lugar para saber su efecto. Tómala tú después─.
            Hasta cierto punto tenía razón porque quizás si en ella desaparecieran los venenos yo quedaría libre de los mismos, puesto que dependía de ella, de su aliento y su presencia para seguir viviendo, no solo metafóricamente hablando, sino en la realidad. Pero una duda cruzó mi semblante ─¿Y si ella moría?... ¿Para qué quería yo seguir viviendo, ponzoñoso o no?
Pero tampoco quería morir, nunca me había planteado esta posibilidad y tenía miedo. Estuve a punto de aceptar, tentado de acoger satisfactoriamente su oferta y eso hubiera hecho si yo hubiera sido como antes, un individuo frágil, miedoso, sumiso y demasiado fantasioso y moldeable por los demás. Ahora no, ahora ya no era ese individuo, el amor que sentía por Violeta me daba alas, energía y carácter, un carácter insumiso y firme y puede que fuesen la ponzoña que circulaba por mis venas y esa nueva energía, las que me daban este nuevo valor que ahora tenía y del cual me asombré, al contestarle que no. Que ambos lo tomaríamos al unísono y que fuera la mano de Dios la que decidiera. Y de este modo hicimos. Ella bebió la mitad del líquido de la botellita y cuando vi que tenía intención de volver a beber, para que yo no bebiera, cogí su mano con dulzura, denegando y llevándome a los labios la cristalina sustancia. Ambos nos miramos, tomados de las manos, con tanto amor que el mundo era solo una nimiedad que no penetraba en nuestro inmenso círculo de amor. La tomé en mis brazos protectoramente y posé suavemente mis labios en los suyos.

            De modo intempestivo, apareció el padre de Violeta, el desalmado científico loco, gritando y corriendo hacia nosotros.
            ─¡Violeta! ¡Violeta! ¡Lo conseguí! ¡Lo he conseguido! Ya no estarás más tiempo sola en tu mundo inmortal. ¡Ya tienes un compañero de viaje y que es de tu agrado! Estoy deseando ver cómo serán los hijos nacidos de vosotros dos…
            ─¡Violeta! ¡Me oyes! ¡Fabio! ¡Violeta!... ¿no me oís? Podéis ser felices eternamente…

            ─Pero, pero… ¿Qué ha pasado aquí? ¿Qué broma macabra es esto? ¡Vamos, Violeta, Fabio, por Dios!... ¡Levantaos!... ¡Señor, Señor! ¿Qué he hecho?


                                                                      FIN

19 comentarios:

  1. Terrible final para tan hermosa y dulce historia... como me pasó en su día al leer este mismo final, una tristeza muy honda se ha apoderado de mi ánimo, Un amor así, tan inocente, puro y verdadero no merecía acabar así... no señor. En fin, ¿qué más decirte amigo mío que no te haya dicho ya? ¡Sensacional relato, me maravilló!

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    1. Agradezco tus palabras, amigo mío, pero triste depende de la interpretación. Bien pudiera ser que estuvieran tan solo desmayados y volvieran a la vida ya curados y sanados del envenenamiento, no? Por eso lo dejo a la libre interpretación de cualquiera.
      Muchas gracias.
      Un abrazo.

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    2. No sé yo, amigo mío, la desesperación del pobre anciano parecía autentica histeria por lo que estaba presumiendo creer ver ante él ¿no crees? ¡Un fuerte abrazo campeón!

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    3. jajajajajaja... ¿Me lo preguntas a mí que lo he escrito yo? jajajajajaja...

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  2. Respuestas
    1. Me alegro que te lo pareciera, Marcial Hueros. Es un placer tenerte por aquí.
      Saludos.

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  3. Me recuerda mucho a las historias de Nathaniel Hawthorne...No sé si le has leído. No me refiero a The Scarlett Letter....sino a sus historias cortas...Y a Bécquer, por supuesto...No podia acabar bien....

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    1. Claro que sí. He leído a todos los clásicos del terror y todas ellas son mi alimentación. The Scarlett Letter no creo haberla leído pero todos los que citas y muchos más son mi inspiración básica.
      Muñas gracias por pasar, Olga.
      PD. Lo que más me gusta es su ambiente romántico y nostálgico, terrorífico y lánguido. Edgar Allan Poe, Lovecraft (que no es el caso) pero son toda su generación la que inspira todo lo que escribo.

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  4. Perfecto, Ricardo. La tensión es sostenida hasta ese final dramático y el lector avanza con el deseo de saber qué va a ocurrir.
    Una historia preciosa, romántica en el sentido estricto de la palabra (escritura del Romanticismo), muy bien llevada y resuelta.
    Lo mejor: el lector queda enganchado, no puede dejarla.
    Abrazos.

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    1. Muchísimas gracias, Isabel, por tu análisis. Me alegra que te haya enganchada y tus palabras son oro para mis bolsillos.
      Y sí es romántica en el más puro significado del Romanticismo porque es donde descubro mis mejores ideas y donde me muevo como pez en el agua. En esa atmósfera.
      Un abrazo, guapa.

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  5. Preciosa y tierna historia de amor, llena de pinceladas y aromas que nos haces llegar a través de tu maravillosa descripción de las flores...
    El triste e inesperado final nos hace reflexionar sobre todo lo leído anteriormente. En inevitable volver atrás y ponernos nosotros mismos en el lugar de los personajes...¡Tienes el don de engancharnos fácilmente en tus palabras para volar a través de tu imaginación! Me ha encantado... Un abrazo, muy, muy fuerte.

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    1. Gracias, Inma. Preciosas palabras me has dedicado. Pero como dije antes, si quieres ser un auténtico Romántico, no son los finales felices los que abundan.
      De todas formas, dejo al lector que interprete ese silencio como comenté en el primer post y que vuelva a darles vida a esos personajes solo desmayados, haciendo morir al malvado del científico loco.... jajajaja...
      Muchos besos.

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  6. Estoy imaginando, los trajes, el entorno, las flores, el amor...Esperaba que al fin sus besos los llenaran de vida y no. Trágico y bello. Voy a saborear de nuevo tu relato. Esperaremos al próximo, un abrazo grandote!

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    1. Gracias por tus palabras. Me encanta que te haya gustado y que te quedes con sabor a más, pero si no eres feliz con este final componte el que acabo de elucubrar en el comentario anterior.
      Muchísimas gracias, Olga.
      Un abrazo muy fuerte, pintora.

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  7. Cuando uno lee un relato y despues de un tiempo lo relee con todo un entorno que hace más fantástica la historia, dandole vida a los personajes, es realmente atrapante. La historia en sí toma más color. El amor, en esta historia fue realmente conquistando al lector. La incertidumbre de lo que traería en manos el malvado científico, nos ponía en alerta deseando que no terminara dañando al protagonista. En un momento pensé que Violeta era su cómplice, pero terminó siendo un final sprprendente, triste y angustioso. Me quedo con ese final que has escrito, donde pude intuir y ver el inmenso e ilimitado amor de Fabio hacia su amada. Muy hermosa esta historia de amor. No siempre el verdadero amor tiene finales felices. Un beso y felicidades por esta maravillosa historia. Espero que no pretendas alguna mala crítica jijij.

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    1. No sé que es mejor si leer mi relato o que tú me lo cuentes con tus propios palabras. Es un placer leer siempre lo que escribes y, en este caso, más porque te refieres a mí (mi ego da palmas con las orejas).
      Me alegro que te haya gustado y las correcciones ya me las han hecho y lo he rectificado.
      Cada cosa que veáis me lo decís y la corrijo porque así es como se hace. De ese modo me ayudáis.
      Besos, princesa.

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    2. De a poco intento ver los errores de las cosas que leo, pero en este caso al ir leyendo todo tan perfecto, no había nada para añadir. Muchas felicidades por esta historia. Un placer leerte. Besos!

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  8. Volver a releer la historia completa desde este nuevo escenario solo ha hecho que me resulte una historia más bella aún, a pesar del final, que como deja una puerta abierta... cada uno que le ponga el final que desee.
    Me ha encantado de nuevo y creo que todas las veces que lo lea me parecerá igual de hermoso. Ahora podré leerlo cuando quiera, solo con pasarme por aquí.
    Gracias por compartirlo. Un abrazo.
    Realmente una hermosa historia de amor.

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    1. Gracias a ti, tesoro, por pasarte por aquí y comentar sobre una historia que no sé cuántas veces te habrás leído.
      Entusiasmado estoy porque te haya gustado la decoración que es lo único que he cambiado del relato inicial.
      Muchos besos.

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